28 mar 2011

Mateo Maté - Viajo para conocer mi geografía

El texto que sigue forma parte de un catalogo de obras del artista español Mateo Maté.
El catalogo en cuestión, como la exposición a la que se refiere, lleva el titulo de "Viajo para conocer mi geografia", una introspección del artista hacia su mundo interior y de aquel de lo cotidiano de su hogar. Un recorrido a travez de los simbolos de una vida pasada vividos durante el viaje de regreso al hogar de siempre. La conexión con el presente, con una nueva vida, y el viaje de una a otra para llegar a conocerse, a conocer su geografia, su vida, su ser.
Lo que dejo aquí es parte de lo que compone ese catalogo, el artista Mateo Maté visto con los ojos y las palabras de Sergio Rubira (redactor de la revista EXIT), y lo dejo tal y como está porqué son notas de viaje, y no se tocan!




Empiezas a aburrirte. Son demasiadas horas. Un viaje muy largo. Recuerdas que has comprado varios periódicos en la estación. No sabes dónde están. Distraídamente los guardaste, sin ni siquiera mirar sus portadas.
Pero son demasiadas horas, un viaje demasiado largo. Parece que dura toda una vida.
Lo que cuentan, siempre es lo mismo: estadísticas positivas, índices negativos, afirmaciones del gobierno y réplicas de la oposición, viajes de estado, atentados, guerras, ataques, asesinatos, violaciones, acosos, descubrimientos científicos, muertes, premios inmerecidos, fiestas, romances reales (y tam- bién montajes), deportes, mucho fútbol, anuncios por palabras, el horóscopo (alguien te traicionará, escriben), y lo que todo el mundo lee, la programación de televisión.
Los que no duermen están inmóviles ante la pantalla del pequeño televisor que ocupa el centro del pasillo. Parecen hipnotizados, abstraídos, alienados. Aún haciendo el viaje acompañados, no hacen caso del que tienen al lado. No viven, viven por ellos. No piensan, piensan por ellos. Lo que ocurre en la pantalla parece más interesante que lo que a ellos les podría suceder nunca.
Pero nadie te presta atención, están mirando la televisión. Sólo un niño, al final del vagón, te mira curioso, todavía inocente.


Un pitido, que no correspondía a la melodía que escuchabas, te saca del otro viaje. Una voz te anun- cia que el tren va a parar. Una ciudad a medio camino de tu destino. Un lugar desconocido, no recuerdas haber estado allí nunca. ¿Y si te apearas y te quedaras allí, desapareciendo, olvidando el pasado y empezando de nuevo? Una vida feliz susurras. Un cambio sin tener que dar explicaciones, sin justificarte ante nadie. Simplemente desaparecer. Convertirte en un fantasma, en un recuerdo. Enterrar lo sucedido y construir una nueva vida. Pero es imposible no acordarse, aunque sólo sea de frag- mentos. ¿Y si te arriesgases y saltaras del tren, abandonando tu equipaje, tus cosas en el vagón, dejando el pasado dentro de la maleta?
Pasas por un túnel y la oscuridad de fuera te deja verte reflejado en el cristal de la ventanilla. No hay nada detrás que puedas mirar. Estás solo. Tú no fuiste. Lo sabes, o lo dudas. Buscas, y concluyes que tú no fuiste. No, no fuiste. Aunque ya lo has comprendido, no sabes qué es lo que has sido o lo que tenías que haber sido. Por eso viajas, para encontrarte. El viaje es largo, como una vida.

Bájate del tren. Apéate y termina ya con todo. Arriésgate, siempre has sido el más valiente - te animas. El túnel continúa. Tu infancia, tu adolescencia, tu niñez, tu madurez pasan, en un instante, por delante de tus ojos, fotograma a fotograma, imágenes estáticas, una tras otra, ordenadas, como los libros de una biblioteca o del montón de periódicos que acumulas día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año, en tu casa.
La oscuridad termina y no te reflejas. No puedes mirarte. Entras en la ciudad, la estación se acerca.
No has abandonado tus cosas en el vagón para empezar una nueva vida. Concluyes que el riesgo era demasiado grande. Te has vuelto cómodo. Te obligas a llegar al final, quizás, volviendo, logres contestar a tu pregunta. Has echado raíces y no te habías dado cuenta. A lo mejor el riesgo está en eso, en echar raíces y en regresar. Eres consciente de que algo ha muerto, o alguien, tú mismo. Ya no puedes huir, has echado raíces, has quemado una etapa, la estación ya ha pasado, y tú continúas. Ya no eres quien eras.

El viaje es demasiado largo, parece durar toda una vida.
De repente se eriza tu piel. Acabas de recordar que huyes. No sabes de qué, o de quién. Ni por qué. Prefieres olvidar, no lo puedes contar. No tienes tiempo de reír. Estabas encerrado, en una fosa, dándote golpes contra sus paredes. Por eso lo hiciste. Aunque parecías frágil, eras más fuerte de lo que creías y también podías hacer daño. Por eso lo hiciste. Ahora te sientes culpable. Escapaste. No quieres contarlo, es demasiado doloroso. Ya te lo habían advertido: el amor puede doler. ¿Te fugaste o te enfrentaste? La verdad es distinta desde el lugar en el que se mire. Había llegado ese momento en el que las heridas se hacen úlceras y nunca cicatrizan. Tenías que acabar, salir de allí. Ya no sabías quién eras. Para eso viajas, para encontrarte.

Pero, ¿fuiste la víctima o el verdugo?. Yo no he sido - te repetías. No, tu no fuiste porque la verdad es distinta desde el lugar en el que se mire. Conformarse era peligroso y preferiste arriesgarte a perder lo que tenías. Lo cómodo era quedarse, por eso lo hiciste. Ahora vuelves para reconciliarte contigo mismo, y, desnudo, muestras las espinas clavadas que todavía pinchan.

Escapaste. Ahora estás en camino, reconstruyéndote, recomponiéndote. Piensas en todo lo que sucedió intentando adelantarte a lo que sucederá. Pero sabes que es imposible. No puede recuperarse el pasado sino sólo en fragmentos. De lo ocurrido sólo quedan restos, desperdicios, lo verdadero se consumió cuando todavía era presente y lo presente no existe, sólo en recuerdos. Lo verdadero había huido por las grietas de las paredes que te habían encerrado.
Los muros de cristal, que en principio te protegían, se habían convertido en una prisión que no te dejaba crecer.
Habías perdido la perspectiva, te sentías seguro, te engañabas. No hay nada cierto, dijiste antes de marcharte por una de las rendijas.
Cada día creías más en la teoría del caos. Era lo único tangible, lo único palpable, lo único seguro. La vida se había convertido en un juego de débiles equilibrios que en cualquier momento podían romperse. Un acontecimiento, el más pequeño, era capaz de destruir las paredes de la urna en la que te habías guardado. Lo que te protegía, lo que te daba seguridad, era más frágil que tú.
Te cortaste al salir. Sin embargo, ahora te has descubierto reflejado en unos cristales, los de las ventanillas del tren, recomponiendo, trozo a trozo, etapa a etapa, lo que destrozaste. Pero, aunque intentas hacerlo delicadamente, la tarea es irrealizable porque, por mucho que el pegamento una, siempre quedarán huecos por los que fugarse.

Miras a través del cristal. Intentas atravesar la superficie, quieres hacerlo para encontrar lo que hay detrás, lo que esconde. Todo es superficie y superficialidad. Vivimos en un escaparate, encerrados entre paredes de vidrio. Hoy eres lo que pareces ser. Pero, a ti, eso no te convence. Quieres perforar la piel para encontrar lo que hay detrás. Ir más allá de lo aparente, desnudando los trucos. Deseas quitarles el disfraz para que se muestren tal y como son. Las cosas tienen que ser, no que parecer. Sin embargo, sabes que tú también eras un farsante. No te desvelaste sino que procuraste ocultarte. Sabías que existía una estrategia y la utilizaste. Sin remordimientos has decidido descubrirte.



Rabira S., "Mateo Maté, Viajo para conocer mi geografía", 2002, Palma de Mallorca: Centro de Cultura -Sa Nostra-.